
Hace unos años escuché a un doctor lo que para él era el cocktail perfecto contra el envejecimiento: optimismo, actividad y pastillas. Y hoy nos vamos a centrar en lo 2º: la actividad. Es mucho lo que se ha hablado ya y escrito sobre los beneficios del deporte en las edades avanzadas de la vida; hay quien incluso afirma que no sólo es bueno, sino imprescindible. ¿Y para qué nos sirve a los “mayores” el deporte? Lo cierto es que la especie humana siempre ha estado ligada a un factor común: la necesidad de movimiento para sobrevivir.
Por ello, nuestro cuerpo está diseñado para moverse; tanto que nuestros órganos se han desarrollado (en la evolución) ligados al estímulo del ejercicio. Es decir, cuando nos movemos, activamos todos los órganos implicados en el movimiento (musculatura, huesos, corazón, metabolismo, sistema nervioso, etc.). Cuando el ejercicio es el adecuado, aquel para el que nuestro cuerpo ha sido diseñado, todos los órganos funcionan mejor, o dicho de otra forma: “Quien alarga el paso, alarga el calendario”. Y es que a todos nos viene bien andar, pasear, caminar, etc… para asegurarnos de que el ejercicio sea el adecuado, ya que el fin que pretendemos es mejorar la salud, y no ponernos en riesgo al realizar una actividad a la que no se esté acostumbrado; insistiendo en que cualquier etapa de nuestra vida es buena para comenzar a hacer ejercicio físico, y sin perder de vista que los beneficios del deporte se pueden conseguir a cualquier edad, con independencia de los hábitos previos. Es más, está comprobado que aquellos que han hecho ejercicio de jóvenes y luego lo abandonaron, consiguen beneficios más rápidamente cuando los retoman; mucho más que los que siempre han sido sedentarios. Y al hilo de la epidemia de sedentarismo que acecha nuestra sociedad actual, los datos no pueden ser más crudos: en mayores de 65 años, cada hora de sedentarismo eleva un 6,4% el riesgo de muerte cardiovascular.
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